El Ladrón de Almas


(Foto hecha y retocada por mi)






El Ladrón de Almas

Capítulo Primero: Jaques Mainfer.
El dinero, el poder y el deseo, son ahora los únicos que mueven a las personas, y éstas ya no albergan en sí mismas principio altruista, o sentimiento benevolente alguno, solamente ambición, envidia, y egoísmo, tienen el alma podrida, y su máscara forjada de hipocresía, ya no puede ocultar su propia peste. La humanidad siempre fue bella, pero la gente nunca me dio tanto asco.
Los tiempos están cambiando, sin duda, pero no es eso lo que me preocupa, no me importan las tendencia, ni la tecnología, solamente denuncio el hecho de que se está perdiendo hasta el último ápice de bondad existente, y yo, no pienso permitirlo, aunque así lo crea conveniente el resto de la humanidad, no podría soportar el vivir en un mundo de sombras, odio e injusticia, al menos, no mientras yo esté vivo.
Las siluetas de los edificios se recortaban en el suelo, con la luz de la luna, creando la ilusión, de que otro Paris, hecho de sombras y jirones de asfalto brotaba de entre mis pesadillas y esperaba paciente, mientras veía avanzar la noche, junto a la fase más llena de esa luna, de la que jamás podía escaparse, por mucho que se corriera. Era en noches como esa, en las que el sueño me abandonaba, quien sabe, quizás si para sumirse en ese submundo al que yo tanto temía, y por el que tantas veces abandoné yo al sueño.
Despuntaban ya los rayos de un flagrante día, que derritieron sin clemencia hasta la más mínima evidencia de penumbra, a pesar del resquemor de algunos soñadores tardíos, que vieron sus fantasías truncadas por la luminosidad del sol, quizá porque olvidaron, con el ajetreo de la noche, bajar la persiana, o por el simple hecho de que algunos, sin remedio, tenían que trabajar durante el día.
Por aquel entonces había empezado a realizar mis primeros robos, pero de tan joven solo podía permitirme objetivos sencillos, como otros niños, que me darían a conocer, y así lo hicieron, con el nombre de El Ladrón de Almas. Ya que el mundo estaba en un estado caótico permanente, decidí que ese nombre me gustaba, puesto que, si normalmente se tenía como ejemplo a políticos corruptos o jugadores de futbol, con un salario desproporcionado, con el que podían comprarse hasta el sueño que debiera quitarles el hambre y la pobreza en el mundo, mientras ellos Vivian como reyes; Y nadie los llamaba ladrones, por lógica, hoy en día, todo lo contrario de lo que debiese ser un ladrón, debe llamarse ladrón.
Mi cometido no era robar las almas de aquellos que ya no supieran ni de qué color era la suya, de aquellas personas que habían perdido el significado de conceptos como justicia, bondad, generosidad, amabilidad, respeto o igualdad; sino despojarlos de ella, de su esencia, los dejaba huecos y lo solían tener merecido, quizá así, pudieran llena su ser de algo que no fuese tan humano como la maldad, y ser entonces mejores personas. El método nadie lo tenía claro, se especulaba que por sugestión, por hipnosis o con algún extraño ritual maléfico, pero lo cierto es que, al igual que algunas personas tienen don de gentes, o capacidad de liderazgo, (ambas, diferentes formas de hacer lo mismo, manipular) aptitudes que la propia sociedad, y quién sabe si la naturaleza humana, nos han otorgado; yo, en cambio, poseía ese poder, el de vaciar el interior de las personas, y darles así, una segunda oportunidad.
La estación de Austerlitz, era donde tenía mi refugio, a salvo de conversaciones insustanciales, personajes hipócritas y miradas con fondo negro, como sus sueños. Y allí fue donde hice el primer trabajo que me costó más de un esfuerzo, y donde aprendí a diferenciar entre maldad y estupidez. La estación estaba tan abarrotada como de costumbre, el gentío correteaba agitado, de un lado para otro, y la muchedumbre se aglomeraba en los puntos de salida y llegada, sin embargo yo, tenía un destino diferente. Para muchos pudiera ser que una estación de trenes significase cambio y novedades, que fuese similar a un cruce de caminos, de los que se marchan, quien sabe con qué destino, y de los que vienen, en busca de algo, que quizá, ni tan siquiera exista, como la felicidad. Para mí, simbolizaba melancolía, y un punto en el que los lazos que vinculan a unas personas con otras, esos lazos que me imaginaba a menudo, rojos y tensos, como si intentasen frenar a quien ataban; se anudaban, tensaban, o rompían, creando un ambiente mágico, con un velo que evocaba la nostalgia de tiempos pasados, y de tiempos que estaban por venir. Atravesando todo el edificio, en uno de los túneles que lo recorrían se encontraba aquello a lo único que pudiese haber llamado hogar, pues la vida de orfandad e indigencia que me había perseguido siempre, me impedía recordar nada más que aquello por lo que luchaba y sobrevivía. Una rejilla bien ornamentada hacía los efectos de puerta, ayudando así a camuflar mi escondite, aunque yo siempre me cercioraba de que nadie me viese o siguiese, la poca inocencia que la sociedad me había dejado, me impedía entender que nadie reparaba en un niño corriendo por los pasillos de la estación, y menos, si vestía como un vagabundo. Entré arrastrándome por una pequeña cavidad de inmensa negrura, donde la mugre y la oscuridad eran lo que menos miedo me daban cada vez que entraba o salía, pues imaginaba horripilantes seres habitando por aquellos estrechos y malsanos túneles, reptando sigilosamente deseosos de hincarme el diente, de devorarme… Una vez dentro del habitáculo corrí a asomarte por las aberturas en forma de números, y divisé a mi siguiente presa.
Estaba apoyado en el mostrador de su puesto de juguetes, pensativo, quien sabe maquinando qué atrocidad, pues Jaques Mainfer, era un conocido asesino en serie, famoso por sus truculentas mutilaciones y torturas, en las que, con un trozo de metal que había incrustado en el muñón donde debiera estar la mano, (de ahí el nombre) descuartizaba lo más lenta y dolorosamente posible a sus víctimas, mientras aun estaban conscientes, y si desfallecían, esperaba a que despertasen para continuar con su horrible empresa, disfrutando de ello como si de un placer carnal se tratase.
Ahora que lo miraba, en ese estado meditabundo, con ese cuerpo viejo y ajado, luciendo una mano de maniquí, casi me parecía humano, pero no por ello me dio lástima, sino todo lo contrario, enardeció mis ganas de ayudarlo a resucitar del mundo de las almas muertas, de entregarle una segunda oportunidad, y confiar que no hiciera lo mismo que ya había hecho. Al rato de observarlo, pareció percatarse de que lo estaban observando, y su mirada se tornó amenazante. Dirigía sus ojos hacia mi posición exacta, y mi pequeño cuerpo se estremeció por completo, pero no aparte la vista ni un segundo, pues estaba decidido a evaporar su alma, y convertirla en humo.
Nunca creí en las casualidades, ni ahora, ni antes, pero resultaba, cuanto menos curioso, ver como la vida había colocado un ser tan despreciable justo delante de mi guarida, justo delante de aquel que le haría pagar por todos los ataques a los derechos humanos, a la integridad física y mental de quien sabe cuántas personas, y de corromper hasta su propia moral.
A diferencia de él, yo no disfrutaba desposeyendo a las personas de su esencia, es más, sentía como si un trozo de mi ser se desprendiese cada vez que lo hacía, pero yo sabía ya, por aquel entonces, que mi don, como muchos otros, era de los que te acaban matando. El proceso no era agradable para ninguno de los dos que participaban, pero bien es sabido que las medicinas más amargas son las más efectivas, que cuando algo escuece es porque está curando, y que quien más te quiere, te hará llorar, por eso, daba por sentado que era un ínfimo precio a pagar si lo comparabas con aquello que ganaban.
Seguí observando el comportamiento del tendero, pues imaginé que debía conocerlo cuanto más mejor, para ser capaz de juzgarle en su justa medida, ya que no todos los malos actos, pueden atribuirse a la maldad, sino más bien, a la estupidez, y por ello, no podía arriesgarme a juzgar a cualquiera que su mediocridad intelectual le llevase a cometer delitos, sino a quien con conciencia de ello, llevase a cabo atrocidades como las que Jaques Mainfer cargaba a sus espaldas.
Al poco rato apreció en el puesto de juguetes una mujer, con la piel pálida y el cabello negro y ensortijado, sus ojos serpentinos se movían con avidez escrutando la mercancía infantil del dueño de la tenducha, su media sonrisa hecha con finísimos labios color mora, parecía esconder una lengua bífida, y el conjunto de su rostro no parecía diferir en demasía de un mito griego que leí una vez. Su alma emitía un aura psicodélica, confusa, jamás había visto nada parecido, yo aún era muy joven, y todavía no entendía lo importante que iba a ser mi don en un futuro próximo. Ambos conversaban vivamente con gestos y expresiones, parecían emocionados por alguna causa, y al parecer, la mujer le traía buenas noticias, los dos sonrieron, y mientras el viejo se retorcía la mano de plástico con nerviosismo, vi como el aura de la mujer de pelo ensortijado rodeaba y envolvía por completo a Jaques, pareció consumirlo, porque cuando hubo acabado, su mirada emanaba maldad y parecía ansioso de vomitar la poca humanidad que le quedaba.
SOBRE EL TEXTO: Al principio quería darle una gran cantidad de ambiente gótico y un estilo agresivo, ya que nunca había experimentado con ese estilo, pero luego decidí suavizarlo un poco, porque pensé que no venía a cuento, al final, es un poco ‘light’ pero que le vamos a hacer, el mundo no se hico en un día.

- Gracias a Raquel (profesora de Frances) por la documentación.

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